Hoy he visto peces correr sobre el agua, lo prometo. Suerte que tengo a Joan por testigo!
Esta tarde hemos ido a pasear por la zona del puerto y el paseo marítimo nuevo. Sólo tiene dos años, pero se ve que es la reconstrucción del paseo que había antes de la guerra. Es realmente bonito, con hileras de palmeras alternando maduras y jóvenes, el suelo estilo romano, un carril bici de lujo, bancos blancos, mesas de pícnic con vistas al mar y pequeños puentes sin función aparente, simplemente decorativos. El contraste aquí lo ponían los feos barcos petroleros bastante cerca de la orilla y algunos edificios viejos y sucios al otro lado de la calle, entre ellos la embajada española. Mirando hacia el mar, justo delante, también se podía ver Ilha, por el lado de las chabolas. Una belleza estropeada!
Me atrevo a decir que el paisaje aquí es como su gente. Hay mucha belleza natural y artificial, pero hay cosas que no acaban de encajar. Los angolanos son gente agradable pero a su vez descarados, te miran el tiempo que haga falta y si tienen que comentar algo, pues comentan. Luego te ceden el paso y te piden disculpas cuando nos cruzamos en el camino y casi chocamos por accidente. A veces son extremadamente humildes, ya he escuchado en alguna ocasión a un angolano decir que "tienen que aprender de los blancos", cosa que me horroriza, pero luego pueden ser altamente orgullosos, y de esto sabe más Joan que yo, que trabaja codo a codo con ellos. Luego les ves caminar entre casas improvisadas con maderas y metales, pero con parabólicas inmensas en sus tejados, portátiles en mano y trajeados de arriba a abajo. Lo dicho, natural o artificial, hay muchas cosas que no encajan.
Y volviendo al puerto... La mejor parte ha sido cuando nos hemos sentado en un banquito blanco a mirar el mar (y los petroleros y chabolas del fondo, en consecuencia, pero más detenidamente el mar) y hemos visto un espectáculo inédito. Un montón de pececillos, algunos enormes de 30 ó 40 cm, sin exagerar, saltando como locos, algunos casi medio metro! Unos lo hacían en grupo, otros por su cuenta, a veces eran saltos horizontales, otros avanzaban como lanchas, ... una locuraaa! ¿Pero què les pasaba? ¿Qué narices había debajo del agua? ¿Quién daba la orden de saltar todos juntos a la de tres? Truli, ¡ilumínanos! El más gracioso ha sido uno que ha empezado a "correr" sobre el agua tan rápido que no se ha dado cuenta de que iba directo al empedrado que divide el paseo del mar, y se ha dado una golpe que ni siquiera su cerebro de pez olvidará, pobrecillo... Nos hemos reído mucho!
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