domingo, 10 de febrero de 2013

Un día festivo cualquiera... aunque no para cualquiera.



Este lunes 4 de febrero fue día festivo en Angola, ya que se celebra el aniversario de su independencia de Portugal. Es genial cuando los festivos caen en lunes y hacen el fin de semana más largo, ¿a que sí? Pues se ve que aquí no es problema cuando los festivos y festividades coinciden, traspasan la gran fiesta al siguiente día laboral más cercano y ale, a vivir que son dos días!

En el hotel hemos conocido a un hombre de Madrid que hace más de 15 años que viaja por toda África, especialmente Angola, porque tiene algún negocio montado por aquí. Nos ha explicado varias curiosidades y costumbres de los angolanos, y alguna que otra aventurita. Una cosa llevó a la otra y este lunes pasado festivo lo pasamos con él. Es muy significativo y a la vez divertido explicar que la noche anterior, tanto Joan como yo, soñamos que este hombre nos secuestraba...

El plan era ir a la playa (en su coche), pero antes nos llevó de ruta por una zona de la ciudad que aún no conocíamos. Vimos unas casas impresionantes y embajadas de lujo (la de España es la peor sin duda!!) y también nos enseñó un tren que estaba en una colina que se ve que durante muchos años se usó como restaurante, yo se de uno a quién le hubiera gustado comer ahí! Aunque la vistas no merecían mucho la pena, por desgracia, porque más abajo había un barrio de chabolas con cabras conviviendo con sus habitantes. Los contrastes de siempre.

Después de cruzar una zona de obras y esquivar mil agujeros negros con el coche, llegamos a Ilha, pero esta vez dejamos atrás la primera playa para ir a una de las últimas. Cuando aparcamos  no parecía que hubiéramos llegado porque no se veía playa por ningún sitio. A la izquierda, hoteles, a la derecha, restaurantes. Entramos al restaurante, saludamos al vigilante, y cogimos un caminito pequeño que se dividía en dos, aunque coger un camino u otro era lo mismo: mesas, sillas, comida, hamacas, palmeras, figuritas y pijadas varias, todo esto con vistas al mar y acceso directo a la playa. Paradisíaco. Dentro, pieles blancas de todas zonas, y los únicos angolanos que había eran los camareros. Restaurante filtro, le llamó Joan, y la palabra desigualdad volvió a nuestras mentes. La playa, prácticamente vacía en comparación con lo que vimos el día anterior y limitada a derecha e izquiera por diques artificiales. Las toallas y parasoles aquí sí abundaban. El agua era clara y limpia, aunque las olas trajeron alguna botella flotando. Después de tomar el sol y un chapuzón, comimos en el restaurante y compartimos mil y una historias, además de interrogar sin cesar a nuestro nuevo amigo.

De repente, ya no recordaba dónde estábamos, ni el caos, ni el desorden de todo lo que nos rodea. Pero el contraste me volvió a azotar cuando decidí volver a la playa a mojarme los pies. La adolescencia luandesa había invadido estas playas también. Sin duda se habían "colado" pasando por encima de los diques. Niños revolcándose en la arena, pelotas de fútbol, piruetas mil, miradas descaradas... Una playa de Luanda, ni más ni menos! Són únicos, creo que me encanta! Ajenos a la desigualdad que les rodeaba ellos disfrutaban de un día de playa cualquiera. Pero algunos sí que eran conscientes de donde estaban, ya que la venta ambulante aquí era más frecuente, y por primera vez vimos un pequeño espectáculo de contorsionismo dedicado a los turistas, con la intención de ganar dinero a cambio, claro.

Nos fuimos del restaurante poco antes de que cayera el sol, y no voy a entrar en detalles numéricos relacionados con la cuenta porque aún me duele. Cogimos un buen atasco de camino al hotel, como es normal, pero llegamos sanos y salvos para la hora de cenar. 


La compañía fue realmente amable e interesante, ahora me sabe fatal haber soñado que nos secuestraba! Pero por si algún día lees esto, O., no te lo tomes mal por favor, supongo que aún nos queda mucho por conocer aquí, y la desconfianza nos invade.


















Papa, mira qué figuritas!:



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