domingo, 13 de octubre de 2013

Golfinhos

Hace una semana decidimos que ya iba siendo hora de ir a ver Cabo Ledo, un pueblito con playas super extensas famosísima por la cada vez más habitual práctica de surf. Así que "carretera y toalla" y nos pusimos en marcha. Son unos 100 km de carretera que ya no es desconocida para nosotros ya que la hemos hecho un par de veces yendo de safari, pero creedme que se ve diferente cuando somos nosotros los que decidimos si hay que ir a derecha o izquierda. El caso es que basta con seguir todo recto y cruzar los dedos para que no nos pare la poli, sobre todo porque nos dejamos los pasaportes en casa (~%#¥@!!!!). 
Tuvimos las gran suerte de que no nos pararon ni a la ida ni a la vuelta, librándonos de tener que pagar un soborno de unos 400$ cada uno, según nos han contado.
Por el camino paramos en el Miradouro da Lua, una parada que ya conocemos y conocéis pero que es obligada:


Y vimos cosas tan habituales como estas: "engarrafamentos", un banco, un incendio, extensas carreteras, un tanque...







Nos desviamos para ir a la playa del complejo Carpe Diem porque nos contaron que es una de las playas de Cabo Ledo de más fácil acceso, que a las demás es mejor no arriesgar si no vas con un buen 4x4. 
Y allí pasamos la tarde, en una playa realmente larga con olas de esas que te obligan a bañarte de pies a cabeza a la mínima que te acercas a comprobar la temperatura del agua. Esta no es la playa para los surferos por eso, aquella se ve que tiene olas aún mayores y es de esas de difícil acceso. Algún día iremos, de momento nos conformamos con esta playa plagada de aquellos cangrejitos-araña que ya vimos en Barra do Dande y que aquí abundan aún más. 





A las afueras del complejo turístico había este poblado y este "campo de futbol". No hubo más remedio que bajar y hacer la foto.
Contentos con esa primera visita, ayer decidimos volver a la zona, pero esta vez con pasaportes en mano. Y menos mal, porque nos pararon tres veces. La primera aún en Luanda, un control típico a blanquitos para ver qué se puede sacar. La segunda después del peaje, donde hacían un control más serio. Todo en orden, así que no tuvimos problemas. La tercera vez fue la divertida, ya de vuelta, pero luego la cuento.
Decidimos que esta vez nos quedaríamos en otra playa algo anterior a Carpe Diem, y aunque aún no lo sabíamos, fue una muy sabia decisión. La playa es también extensa, aunque no tanto como la otra porque es un golfo con sus correspondientes limitaciones naturales. Olas más suaves que sólo te obligan a mojarte hasta el ombligo, cangrejitos mil en la arena y, aquí nuestro Joan Costeau, sacó del agua un ermitaño y tres colas y dos aletas de pez raya. Qué festín se debió dar uno de los cangrejos con la cola del pez raya!
Sobre las 16h recogimos paradita para ir tirando a casa, no sin antes comprar una ración de almejitas recién salidas del mar que vendían unas señoras. Y fue en este momento que empezó el espectáculo, cuando en medio de la negociación, una niña dice a una de las señoras: "¡Mira, hay tiburones en el mar!" A lo que la señora contesta, como si nada: "No son tiburones, son delfines".
Blanca, me giré; y como hipnotizada, empecé a caminar lentamente hacia el agua por un banco de arena elevado que entraba en el mar. Pocos segundos después Joan me acompañaba en silencio mirando en la misma dirección. Y allí estaban, en la misma playa donde nos habíamos bañado un rato antes, entre 40 y 50 delfines de color oscuro, algunos saltando rápidamente y otros despacito, dejándose ver, como si fueran conscientes de que no había ni una sola persona en esa playa que apartara la vista de ellos. Miraras donde miraras había un prequeño grupito, la gran mayoría siguiendo una trayectoria bastante definida, avanzando playa abajo, aunque había algún que otro travieso que se separaba del grupo y se acercaba aún más a la costa, luciéndose mejor si cabía. Los lejanos, los tuvimos a unos 100m, los cercanos, a unos 30. 
Hicimos algunas fotos, desgraciadamente con la cámara pequeña, (la de menor resolución) pero en parte da igual, porque el verdadero espectáculo no cabía en ninguna cámara, era tan extenso que enseguida la dejé para disfrutar al máximo del directo.
Cuando ya se fueron, calculo que 15 min después, acabamos las negociaciones de almejitas y arrancamos el camino de vuelta. Aún con delfines en la cabeza, vemos una señal de tráfico para ir a 30 (cuando todo el mundo va a 100) y otra seguida donde ponía"RADAR" de la que ya nos hemos burlado alguna vez: "Sí claro, encima de la palmera" , "El radar lo aguanta un mono", "Y luego nos enviarán la multa a casa, no?", " Ja ja ja!". Inmediatamente después, un hombre con una cámara en la mano nos "apunta" con ella y dice algo por un walki, y pocos metros más adelante nos para un poli. A nosotros, y a 4 de cada 5 coches que pasaban por allí, y no es un 5 de 5 porque no dan a basto. El resultado, una multa por exceso de velocidad que "ya nos llegará". No sabemos cómo, porque aquí pocas son las personas que tienen una dirección propiamente dicha, y de estas, pocas están registradas como para relacionar un nombre con una vivienda. Sólo se me ocurre que en el momento que tengamos que renovar los papeles del coche (dentro de un año) aparezca la multa en la base de datos y que no quieran renovar nada hasta que no se pague. No sé, ya nos lo encontraremos... o no!
Polis ya detrás, seguimos de camino a casa para encontrar (además de las ya habituales cabras, vacas y toros), tres monos. Uno de ellos de lo más atrevido.
Y la paradita de rigor que no nos cansaremos de hacer, el Miradouro da Lua de nuevo:
Y para acabar de redondear el día, alguien nos da una buenísima noticia, una de esas que dan ganas de gritarla pero que aún no se pueden contar... Ya explicaremos! :)
Besitos!